24 de julio de 2016

Qué hacer con tus miedos

Hay un artículo maravilloso de Elaine Aron en el que habla de su experiencia al recorrer en balsa el Gran Cañón del Colorado, una actividad turística de tipo aventura que realizó junto a su marido.
«Quería hablaros de la majestuosidad del lugar, los animales que vimos, la felicidad de estar al aire libre día y noche a lo largo de 13 días y cómo mi sensibilidad me ayudó a vivir intesamente esta magnífica experiencia. Pero sé que lo que puede resultar más útil es compartir honestamente con vosotros la parte más oscura del viaje».
Va a hablarnos de sus miedos. Dice que en los talleres con gente altamente sensible suele preguntar a los asistentes por los temas que más les interesa tratar y éstos suelen estar relacionados con los miedos, las preocupaciones, las ansiedades. Al final es el sufrimiento el que nos mueve a interesarnos y a tratar de averiguar quiénes somos.

"Las mejores cosas de la vida son peligrosas" lee que pone en la camiseta que lleva alguien. Después están las fotos espectaculares que cuelgan de los lugares turísticos cercanos al Gran Cañón, de balsas de goma volteadas por una ola gigante y con la gente cayendo al agua.
«Desde que dije que sí al viaje, un año antes, estaba preocupada pero trataba de quitármelo de la cabeza. Todavía quedaba mucho (aunque el futuro termina llegando). Se supone que es seguro. Y sin embargo, cuando nos dieron las instrucciones de seguridad nos dijeron que un vuelco de la embarcación era posible. Tampoco sería un desastre pero era necesario saber cómo actuar en el agua».
Aquí pasa a explicar lo que se debe hacer en caso de vuelco y, la verdad, suena bastante exigente, de ese tipo de cosas que es posible hacer pero a condición de que se mantenga la calma. ¿Pero es posible mantenerla en una situación de peligro real? Elaine Aron explica todo esto para que se entienda el nivel de ansiedad con el que comienza su aventura.
«Por supuesto no toda persona altamente sensible respondería de la misma manera que yo a la experiencia de hacer rafting en el Gran Cañón. Y no quiero asustar a nadie sobre una vivencia que resultó ser tan enriquecedora para mí. La cuestión esencial es que a los altamente sensibles no les gustan los riesgos. Esta aversión a los riesgos proviene de la profundidad de procesamiento (lo ponderan todo por lo que siempre existe la posibilidad de que algo vaya mal), la reactividad emocional (si resulta que va mal entonces se siente uno fatal), ser fácilmente sobreestimulado (amenazas, pérdidas, dolor, etc. son más sobreestimulantes de forma que tratamos de evitarlos a toda costa), y la sensibilidad a estímulos sutiles (vemos peligros que otros no ven).
»Detestamos especialmente la incertidumbre. "Las balsas raramente vuelcan", nos dicen. Pero las estadísticas no son muy tranquilizadoras cuando uno es parte de ellas. El problema, por supuesto, es que incluso estar tumbados en la cama por la noche comporta el riesgo (aunque sea diminuto) de algo malo que nos pueda pasar. Te levantas por la mañana, conduces a algún lugar y puede sucederte algo. Y así con todo. ¿Qué es un riesgo alto? Aquí es donde nuestra experiencia juega un papel fundamental. A algunos les enseñaron de pequeños a sentirse seguros, a interiorizar la sensación de que nada malo sucedería. A otros nos enseñaron o aprendimos de la experiencia que algo muy malo podría pasar.
»Me encontré de nuevo reviviendo mi infancia como niña sensible. Gran parte de la misma tuvo que ver con mis miedos, sencillamente porque nadie se molestó en ayudarme a superarlos. Los niños altamente sensibles son por naturaleza precavidos pero se les puede ayudar a vencer sus aprensiones o, por el contrario, se les puede dejar a su aire y que se hundan en los miedos. A ello contribuye el procesamiento cuidadoso que hacen de las advertencias de peligros y los comentarios que escuchan, de cosas que oyen en cualquier sitio sobre accidentes y muertes, y especialmente su propia imaginación vívida, que les hace temer los peligros sin haber tenido la oportunidad de contrastarlos con experiencias seguras».
Elaine Aron pasa a describir los miedos de su infancia.
«Uno de mis mayores miedos era caerme. Es un miedo normal en los niños pero en mi caso quizá fuera agravado por alguna experiencia mala. Recuerdo algo de cuando tenía unos dos años pasando por entre un círculo de adultos desconocidos interpretando una comedia en la que era protagonista y sintiéndome aterrada. El miedo a caerme se ha interpuesto en mi camino toda mi vida. Cuando era una niña me encantaban las caminatas pero me daban miedo los pasos estrechos. Me gustaba mucho el agua pero tenía tanto miedo de meter la cabeza (una forma de dejarse caer) que no aprendí a nadar hasta los 13 años. Lo mismo con la bicicleta y con los patines. Es bastante complicado ser una niña normal en el barrio cuando ni siquiera puedes seguir a los demás cuando andan en bici. También adoraba los caballos pero no me atrevía a montarlos por miedo a caerme. ¿Cómo es que nadie me ayudó a superar todo esto? Pienso que convenía tener a una niña miedosa porque requieren menos vigilancia. Pensar en ello todavía me pone furiosa, francamente».
En otro sitio explica cómo logró aprender a nadar finalmente. Dice que llevaba tomando clases de natación todos los veranos pero no había manera, todos los años alguen de su clase aprendía a nadar excepto ella (cuando era más pequeña sus padres le habían dicho un millón de veces "ten cuidado, no metas la cabeza en el agua porque te puedes ahogar" y ahora, de repente, era precisamente lo que tenía que hacer). Incluso llegó a llenar una palangana de agua en casa para tratar de meter la cabeza en ella pero sencillamente no podía. Finalmente se encontró con una monitora sensible que le proporcionó tapones para la nariz, los oídos y gafas para el agua. Después la dejó sola con algunas piedras en el fondo de la piscina para que las recogiera cuando pudiera. Tenía 13 años y mucha determinación, y finalmente no había peligro de que el agua entrara por ningún sitio en su cabeza. Logró recuperar las piedras del fondo. Mientras lo hacía experimentó cómo cuando bajas la cabeza, la parte de abajo del cuerpo tiende a subir. Pudo comprobar que flotar es natural mientras que hundirse y ahogarse es más difícil.
«Así que [durante la aventura] me encontraba de nuevo con mis miedos, no como los demás del grupo, que parecía gente desenvuelta en actividades al aire libre, aficionados al rafting que ya tenían experiencia. Mientras que en mi caso el miedo me estaba arruinando el viaje. He aquí lo que escribía en mi diario el Día 5: "Me gustaría que pudiera sentir algo más que miedo y ansiedad, por hacerlo todo bien, por las ampollas que me puedan salir en los pies, por elegir la balsa adecuada por la mañana (la más segura, la más afortunada), por elegir el lugar idóneo cada noche para desplegar la cama (sin hormigas, sin que haya mucha pendiente), por tener cuidado de no caerme. A cualquier sitio que vayas, te llevas a ti mismo allí".
»También estaban los miedos sociales. La gente era muy amable pero surgieron esos miedos sociales primitivos a los que soy especialmente proclive, como quizá ocurra a todos los que son altamente sensibles. ¿Les gusto? ¿Les gustamos mi marido y yo? ¿Se dieron cuenta cuando cometí ese error? ¿Por qué no me preguntan por mí? Los veo a todos hablar juntos pero no parece que hablen con nosotros tanto. ¿Nos dejan de lado a propósito? O es que somos demasiado aburridos, viejos, intelectuales...?
»Entonces interviene el introvertido: ¿En realidad, quiero hablar con ellos? Probablemente no los volveré a ver de nuevo. Tenemos tan poco en común.
»Después interviene la voz crítica: ¿Pero qué hay de abrir mi corazón? ¿No era esa una de mis mayores prioridades? Pero lo único que quiero es atender al Cañón. No quiero tener que hablar ni escuchar. Claro, no es raro que entonces te sientas excluida.
»¿Qué es lo que pasa conmigo? Miro al Cañón pero no me parece que sienta nada. Si tuviera que escribir un poema sobre el mismo no me saldría nada».
Y he aquí la solución que da a todo este desbarajuste:
«Mirando atrás, sonrío. Esto es lo que me gustaría que aprendierais a hacer vosotros también. No quiero ser simplista, y puede que sea mi edad, pero estoy harta de intentar superar los malos momentos si no hacen daño a nadie más. Volví entera, con mis mejores partes también, aunque éstas pasaran desapercibidas en ese momento. Y respecto a lo de no sentir suficientemente, lo hice más tarde y todavía lo sigo haciendo. Me consuelan las palabras del poeta William Wordsworth: "La poesía es el desbordamiento espontáneo de sentimientos potentes: se origina en emociones recogidas en la tranquilidad". Las emociones potentes que se estaban produciendo en el Cañón, las que no sentí de manera consciente en ese momento por culpa de los miedos, no me abandonarán. Y el miedo en cambio, sí que ha desaparecido [ahora que escribo esto].
»Aunque no sé si podría volver a hacerlo, a pesar de que me gustaría, y envidio a aquellos que vuelven, algunos incluso todos los años. Pero me vienen los momentos de miedo pasados en la balsa, que fueron terroríficos. Y a la vez lo bonito que era todo aquello, algo indescriptible. Puedo decir además, que mi sensibilidad me ayudó a apreciar más algo que de por sí era de una belleza infinita».
Elaine Aron termina este artículo hablando de los proyectos que nos dan miedo pero en los que nos embarcamos a sugerencia de otros, porque de otra manera ni siquiera los consideraríamos. De la incertidumbre que los acompaña, de la que solamente podemos escapar cuando terminan. Del esfuerzo que conllevan. Y finalmente de la satisfacción que producen, a pesar del sufrimiento. Después de la tensión viene el relax, junto con los que nos han acompañado en el viaje. Y ambas cosas parecen ser necesarias.

(Extraído de What to Do with Your Fear When the Best Things in Life May Be Dangerous en el sitio The Highly Sensitive Person.)

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