(The Wound with No Name, artículo de Elaine Aron traducido del sitio Psychology Today.)
Algunos tienen enfermedades físicas crónicas que eluden un diagnóstico y se reavivan cada vez que se hacen nuevos propósitos. Hay quien antepone compulsivamente las necesidades de otros a las suyas propias. Están quemados, pero hay que seguir. Olvidan citas con el médico y medicamentos que se tienen que tomar, comen mal y duermen poco o demasiado.
Siempre están deprimidos, ansiosos o las dos cosas. Quizá han sido diagnosticados con un trastorno de déficit de atención. Pero incluso con medicación, apenas cambia nada. Si la medicación ayuda, tiene serios efectos secundarios. Se les diagnostica por tanto un trastorno de la personalidad. Son evitativos, narcisistas, inestables, dependientes, obsesivo compulsivos, cualquier cosa. En estos tiempos de la genética, su trastorno se considera innato.
Por supuesto se desprecian a sí mismos, deslizándose cada vez más profundamente hacia un estado de baja autoestima. Con la edad se vuelve peor, cuando sus pares los sobrepasan. ¿Qué contestas cuando alguien te pregunta qué es lo que estás haciendo? No puedes decir "tratar de levantarme por las mañanas". Si te preguntan si estás con alguien, no dices "no, en los treinta y aún virgen".
Su entorno trata de aconsejarlos. "¿Por qué no intentas...?". "Pero por qué no tratas sencillamente de...". "Tienes que esforzarte más". "A tu edad no hay excusa para que no...". "No sé qué es lo que pasa contigo". Tristemente, los terapéutas dicen también estas cosas, incluso cuando es obvio que el paciente es incapaz de actuar.
¿Es esto una enfermedad? ¿Nace la gente con esto? Mientras que los genes pueden aumentar la vulnerabilidad, según mi experiencia, la causa se encuentra siempre en algo realmente horrible que sucedió en la niñez, normalmente con la madre y en los dos primeros años de vida. Se marchó o murió, o estaba deprimida, físicamente incapacitada, estresada en grado extremo, narcisista, adicta o alcohólica, o ella misma víctima de un abuso en su infancia. La cuestión es que no fue lo suficientemente sensible y no dio respuesta a las necesidades naturales del niño. Estudio tras estudio, uno tras otro, con humanos así como con otros primates, demuestra los mismos efectos desastrosos que se producen cuando el cuidado falla en la etapa inicial de la vida.
Ocurre a los niños que tenemos alrededor, los cuales crecen y siguen estando entre nosotros. Si durante el parto sus cuerpos hubieran sufrido algún daño, de forma que en algún momento tuvieran que someterse a una operación y a rehabilitación para poder vivir una vida al menos cercana a la normalidad, nos gustaría que así se hiciera y admiraríamos su resistencia. Buscaríamos una cura, se organizarían grupos para asegurarnos de que tuvieran esa posibilidad. Pero esta otra herida de la que hablamos, es la herida que no se puede ver. Y lo que es peor, que ni siquiera se puede nombrar. Es la herida sin nombre.
Las reparaciones rápidas no funcionan cuando el daño es profundo. Una terapia corta puede aliviar síntomas, pero en el largo plazo no sirve de mucho. La gente con estos antecedentes ha desarrollado una defensa psicológica primitiva: el protector-perseguidor (lo describo en el libro The Undervalued Self). Su objetivo es "nunca jamás". Nada de crecer, de cambiar, ni de cercanía a los demás: podría significar encontrarse de nuevo con el insoportable dolor del rechazo en la niñez. En cualquier caso, la investigación dice que algunos pueden sanar sustancialmente con terapia a largo plazo, o al menos encontrarle un sentido al destino que les ha tocado. Pero esto requiere de un profesional preparado y comprensivo, y de que puedan permitírselo.
La siguiente vez que te encuentres con una persona así, incluso si es frente al espejo, ten compasión. Apoya cualquier cosa que haga para curarse. Y si es de los afortunados que cuentan con la ayuda de un terapeuta, no seas uno de esos que pregunta: "¿Por qué estás aún en terapia después de todos estos años?".
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