29 de junio de 2016

La excitación nerviosa

En condiciones normales nos sentimos mejor cuando nuestro sistema nervioso se encuentra moderadamente alerta y excitado. A nadie le gusta estar ni sobreexcitado ni aburrido. Estando aburridos nos sentimos apagados y no somos efectivos. Para salir de esta situación trataremos de hacer algo, animarnos con alguna actividad, tomar un café, salir a dar una vuelta. En el otro extremo, demasiada excitación del sistema nervioso y nos abrumaremos, nos sentiremos torpes, incapaces de concentrarnos, cansados. Necesitaremos entonces descansar, desconectar mentalmente.

Los estímulos despiertan el sistema nervioso con información que viaja al cerebro. Pueden ser externos o bien originarse en el interior de nuestro cuerpo, en forma de sensaciones físicas o de pensamientos. La información del estímulo se procesa conscientemente pero también de forma inconsciente, de manera que no nos damos cuenta del trabajo que está realizando el cerebro. Como resultado de todo este proceso el organismo alcanza un cierto grado de excitación nerviosa que implica un aumento del metabolismo. Puede venir acompañada de una respuesta fisiológica en el cuerpo y de una serie de emociones.

La excitación nerviosa es mayor cuando la estimulación es nueva o compleja (varias cosas a la vez). A veces podemos acostumbrarnos a la estimulación y otras veces pensamos que no estamos siendo excitados por ella y sin embargo nos sentimos de repente exhaustos porque en realidad sí que la estábamos procesando. Por regla general los estímulos sobre cuya fuente no se tiene control afectan en mayor medida.

A menudo no sabemos cuál es la causa de nuestra excitación, si la novedad, el ruido o todas las cosas que no dejan de pasar por delante de nuestros ojos. También pueden provocarla los pensamientos inconscientes. Todo este procesamiento de fondo tiene como consecuencia la sensación de saturación y fatiga que termina por aparecer.

La gente difiere considerablemente en cuanto a los niveles de excitación nerviosa que experimenta en una situación dada. Hay personas a las que les afecta mucho la música alta, las multitudes, los olores extraños, una iluminación deslumbrante, los bocinazos, el desorden. Lo que parece trivial para la mayoría no lo es para ellas ya que sus sistemas nerviosos se sobreestimulan y se agobian con facilidad.

Jerome Kagan, investigador de la universidad de Harvard, realizó durante décadas numerosos estudios sobre el efecto que tenía la herencia genética en la personalidad humana. A partir de ellos resolvió que por término medio un 20 por ciento de los bebés nacen con un temperamento altamente reactivo a los estímulos externos, sobre todo si son nuevos para ellos. Es decir, en el caso de estos bebés su reacción nerviosa ante la novedad resulta exagerada.

Estos bebes lloran más frecuentemente, duermen peor, a menudo flexionan los miembros y arquean sus espaldas. Tienen un ritmo cardiaco más acelerado, mayor tensión muscular, mayor dilatación de las pupilas, los reflejos de sobresalto son unos milisegundos más rápidos. Sus niveles de cortisol (hormona del estrés) y de norepinefrina (versión del cerebro de la adrenalina) son más elevados. El escáner cerebral muestra que la actividad cerebral es mayor en la amígdala (almacenamiento y procesamiento de reacciones emocionales) así como en las zonas del cerebro relacionadas con el miedo. Son niños que nacen con una amígdala cerebral altamente reactiva, es decir, con un umbral más bajo de excitación ante los cambios inesperados del entorno.

Kagan hizo un seguimiento a lo largo de los años de esos grupos de bebés para confirmar que estas características se mantienen a lo largo de sus vidas y que los convierte en seres más vulnerables ante las adversidades de la niñez, de forma que están más predispuestos a sufrir trastornos relacionados con el miedo. Pero los estudios también están demostrando que estos niños se benefician más que los demás cuando las condiciones en las que se desarrolla su niñez son buenas.

Esos bebés de pocas semanas deben de sentirse sobreexcitados por los estímulos novedosos (casi todos lo son para ellos). La sobreexcitación no es agradable, se produce la sensación de estar fuera de control y el cuerpo advierte de que se encuentra en problemas. La sobreexcitación puede significar peligro aunque un bebé es dudoso que pueda reconocerlo en las primeras semanas de vida. Como un bebé no puede correr ni luchar, es posible que tengamos implantado un sistema para temer dicha sensación de sobreexcitación. Lo mejor es que llore gritando ante cualquier cosa nueva que se le presente, cualquier cosa que lo excite, de manera que los adultos acudan de inmediato a rescatarlo. La mayoría de las veces serán falsas alarmas pero si esta manera de funcionar salva al menos una vida, entonces es un rasgo que tiene sentido en términos evolutivos.

(Extraído del libro La persona altamente sensible, de Elaine Aron)

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